domingo, 31 de mayo de 2020

El gran majadero


Creo que los Estados Unidos no han tenido nunca un presidente de tan baja estatura intelectual y moral como el actual. Desde que inició su mandato no ha dejado de sorprender con sus declaraciones, que considerará magníficas y brillantes, aunque no pueden ser más estúpidas. Está dotado de tal soberbia que no acepta la mínima sugerencia sin fulminar al proponente, incluso siendo de su equipo. Cuando habla el presidente sólo queda escuchar y acatar lo que se dice.

Para poder entender a Trump hay que recordar que las próximas elecciones, en las que tiene que revalidar su mandato, se encuentran a seis meses vistos. También, que los norteamericanos se inclinan por votar a quien sepa solucionar las cuestiones económicas. Pues bien, ahora la situación económica no se encuentra en su mejor nivel. En poco más de un mes se han apuntado al paro 30 millones de estadunidenses y, por tanto, se ha destruido el empleo creado desde la crisis de 2018. También se ve a gente en la cola, esperando que les den comida gratis. De no haber recuperación, Trump puede perder. Ganará la reelección si la economía se recupera. De lo contrario, estaría en peligro. De aquí que se encuentre desesperado. Esto le lleva a transitar desde la financiación a la medicina. Trump ha sido hasta ahora un buen financiero y necesita ser un buen sanitario. ¿Cómo conseguirlo? Mediante la intervenciones técnicas en la Casa Blanca.

Aquí empieza a actuar como médico. Primero dice que el coronavirus es una simple gripe (un catarrito, una gripecita, que se cura con una sopita, según Bolsonaro). Luego, viendo la gravedad, asegura que todo está bajo control. A un periodista que le pregunta le espeta que su canal es una farsa. Después precisa que desaparecerá en verano "como si fuera un milagro" y no regresará en otoño con el frío. En Bielorrusia, su presidente Lukashenco afirma que se cura con vodka y saunas. Con la muestra se confirma la afirmación de Cicerón en sus cartas Ad familiares (2. 22. 4):  Stultorum plena sunt omnia (todo está lleno de necios).

Trump propuso también la cloroquina como fármaco eficaz para tratar el coronavirus. Los médicos que le acompañaban entonces le decían que eso no tenía evidencias científicas, pero él seguía con su tema: "Un amigo me ha dicho que ha mejorado después de tomársela, quién sabe". El director del organismo encargado de desarrollar una vacuna ha sido destituido por decir que se investigara en algo seguro, no en cloroquina. Y a la directora del Centro Nacional de Enfermedades Respiratorias la relegaron en sus funciones por declarar que había que prepararse para fuertes cambios en la vida diaria. Otros saben sostener el obstáculo. Por decir que el invierno será peor para la epidemia, Trump pidió al doctor Fauci que corrigiera estas declaraciones, porque le habían entendido mal. Se las arregló para decir que peor no, sino más difícil, porque coincidirían el corona virus y la gripe común.


Pero el episodio que ha coronado las barbaridades sucedió el pasado 24 abril. Decía Trump que estaba interesado en averiguar inyectando un desinfectante como la Lavandina se podría curar el coronavirus. Después se fue a la aplicación de luz y calor. Preguntó a la Coordinadora de su equipo sanitario, la doctora Deborah Birx, si había oído algo sobre esto. Ella contestó que como tratamiento sanitario no valía. El desinfectante, dijo Trump "lo bloquea en un minuto, en un minuto". Habría que comprobar si funciona.

Ante la lluvia de críticas por estas fantasías, propias de un psicópata, dijo a los periodistas que había querido hacer una broma. Formulaba la pregunta "de manera sarcástica" con objeto de "ver qué pasaba". Así quiere dar por cerrado el asunto. Ahora ha suspendido las comparecencias con la prensa, porque no hace más que preguntas hostiles y no informan. Médicos y empresas sanitarias piden que no se tomen a la letra las palabras del presidente. Parecen propias no del presidente del país más avanzado tecnológicamente, sino de un tercermundista. Hay quien lo llama imbécil. Otros no creen en la ciencia, sino en la fe. Un obispo de Iglesias evangélicas en Brasil proclama que el coronavirus se vence con coronafé. Y otro dice que es la estrategia de Satanás para meter miedo.

Las consecuencias de tales declaraciones irresponsables no se han hecho esperar. Muchos preguntan por la viabilidad de los fármacos anunciados. Algunos los han tomado ya y han muerto o están intoxicados. La empresa del desinfectante Lysol ha pedido que no se tome el producto, que puede ser mortal. El comentario sarcástico ha traído consecuencias muy graves. El poder absoluto puede quebrar la democracia y acabar con la libertad y Trump lo tiene, desde luego, y lo emplea a diario. Esta situación es preocupante y tendríamos que reflexionar. Alguien que pierda la razón en la Casa Blanca tiene en sus manos recursos tecnológicos de última generación para destruir el mundo, si no le tiembla la mano. ¿Cómo es posible que tengamos que depender de tales personajes?

Julián Arroyo Pomeda

Dos formas de vida distintas e incompatibles



A quien no quiera recordar la historia esta misma se encargará de proporcionarle el castigo merecido, que le conduce a su permanente repetición, sin poder poner en marcha la mejor cualidad del espíritu humana, que es la capacidad de corregir sus errores y rectificar equivocaciones a través de la experiencia y su interpretación en medio de la discusión. Todos tendremos que lamentar lo que nos perdemos con ello, desgraciadamente.

Historia, maestra de la vida

Cicerón es una de las referencias a las que acudimos siempre, merecidamente. Fue un hombre comprometido, que hizo frente incluso a conspiradores peligrosas para salvar el Imperio romano de constitución republicana, en el que veía la institución que ponía el poder al servicio del pueblo. El Senado y el pueblo romano fue el lema acuñado entonces, cuyos ecos todavía resuenan y pueden verse en el frontispicio de muchos monumentos. El estadista Cicerón todavía puede seguir enseñándonos en el siglo XXI, quién lo iba a decir.
[www.europeana.eu]
En uno de los lugares más citados (De Oratore, II, 9, 36) se puede leer: "La historia misma, testigo de los tiempos, luz de la verdad, memoria de la vida, maestra de la vida, mensajera de la antigüedad". La referencia no tiene desperdicio. En la historia tenemos el único y mejor testigo de los tiempos pasados. Ella es el faro resplandeciente que puede iluminar nuestra aproximación a la verdad. Es el recuerdo de lo que se ha vivido y nos dice cómo ha sido la antigüedad pasada. Pues bien, ¿qué nos enseñara historia? Entre otras cosas, una fundamental: que no hay civilización sin contribuir al bien común.

Ahí queda esta concepción hasta que a comienzos del siglo XIX se impuso otro pensamiento, la actitud liberal, hoy tan en boga, que defiende frente al bien común los derechos e intereses individuales, que el Estado tiene que proteger, porque para eso está puesto, esta es su función. Los individuos son libres para tomar sus decisiones y actuar en función de sus propios intereses. Ahora se acuña otra fórmula: el Estado tiene que dejar hacer y dejar pasar. La iniciativa individual es la que cuenta y el deber del Estado es garantizarla.

Laissez-faire

Se trata de dos concepciones contrapuestas para las que se establecen capacidades y virtudes de realización distintas. Las virtudes del liberalismo decimonónico impulsan el interés del individuo, sus egoísmos, que en el fondo crean riqueza y contribuyen al bien de la nación. La base de esto es poder decidir, es decir, la afirmación de la libertad, sin que nadie se inmiscuya en sus decisiones y mucho menos el Estado y su gobierno. En este principio se encuentra la riqueza de las naciones: prosperan cuando el individuo trabaja en interés propio, según Adam Smith. La economía capitalista, de libre mercado, o liberalismo económico, en el que el trabajo es la base de todo.

La benevolencia del carnicero, del cervecero o del paradero no nos permite comer, sólo funciona todo cuando se ocupa de cuidar de sus intereses personales, porque tiene que vender lo que han producido, si quieren mantener sus negocios. Una "mano invisible" hace que el propio interés y repercuta en el interés social común, aunque sólo fuera por puro egoísmo. Lo bueno para el individuo también lo es para la sociedad.

La radicalización de todo esto se encuentra en el neoliberalismo de los economistas de las escuelas de Austria y Chicago en los años 70.

Liberalidad y humanidad

Volvamos a la antigua Roma. Aquí también defendieron el liberalismo, pero de otro estilo bien diferente. El término liberalismo procede de ‘liber’ con el significado de ‘libre’ y ‘generoso’. Luego aparece ‘liberalis’, que es lo propio de una persona libre. Finalmente, ‘liberalitas’ ‘liberalidad’, como actuación de la persona libre. En Roma ‘libre’ era el ciudadano frente al esclavo, dependiente de un amo para el que trabajaba. Y en la República (res publica), como lo público o lo colectivo, había que tratar a los ciudadanos (cives romanus) con liberalidad, es decir, de manera noble y generosa, pero nunca egoísta. Lo que mantiene la sociedad es un comportamiento propio de la liberalidad, que incluía los actos de dar y recibir. Se trata de poner los bienes útiles a disposición de lo general (dar), recibiendo los servicios necesarios.

Este dar y recibir de forma generosa y desinteresada, pensando en el bien común, vinculaba a los ciudadanos, porque me obliga, igualmente, a devolver los favores que he recibido. Solo porque he recibido tengo que dar, a mi vez. Además de esta liberalidad, los ciudadanos necesitaban de una educación en las artes liberales, que los preparaba para actuar en la sociedad, ejerciendo en ella las propias virtudes, es decir, la humanistas, que significa tener una actitud humana con los conciudadanos. Estas eran las verdaderas riquezas de la nación romana, que les llevaba hacia una actitud moral, superando el interés individual e impulsando el civismo. Para la antigua Roma esta importante educación era la educación liberal.

Julián Arroyo Pomeda

Hay esperanza



"La filosofía tendrá que... saber de la esperanza, o no tendrá saber alguno" (E. Bloch, El principio esperanza).

Que un poco más de media España haya pasado de la fase cero a la uno es una gran alegría para la gente de bien. De la otra mitad, unos se han resignado, tomando buena nota de lo que aún les falta, y otros muestran su gran enfado, porque dicen que cumplen con los parámetros establecidos, pero el mando único los ha aplicado subjetivamente. En mi opinión, la decisión de los expertos de Sanidad es muy positiva, porque en adelante cada Autonomía ajustará sus niveles de aplicación para conseguir el pase a la siguiente fase. Y no se trata de llegar antes, sino de hacerlo bien, con garantías de mantener el avance sin necesidad de volver atrás.

Los agoreros siguen manifestando desacuerdos, pero el avance es innegable en función de los criterios establecidos. La epidemia está siendo controlada poco a poco, por lo que la metodología empleada ha sido correcta. Siempre se pueden hacer las cosas mejor, cierto, pero también es verdad que lo mejor es enemigo de lo bueno. No se puede echar la culpa a un impersonal ‘se ha actuado mal’, sino que deberíamos decir ‘hemos actuado mal’. Y aquí hay que meter a gobernantes, a toda la gente y a la sociedad en general.

¿Qué queda por hacer ahora? Creo que hay que proseguir el camino emprendido, cumpliendo cada uno con su responsabilidad. Quienes se saltan las normas, sean los que sean, son unos irresponsables o no saben lo que hacen. Formamos un colectivo, de modo que lo que realiza uno tiene consecuencias en el resto. Mis derechos individuales no pueden ser ejercidos en contra de la colectividad. Es un deber del Estado garantizarlo. No vale decir que cercena mis libertades, porque sólo quedan interrumpidas en el momento ante el bien común superior de la ciudadanía.

Tampoco son útiles las valoraciones chismosas contra los que se saltan la norma y luego decir que, si ellos lo hacen, por qué voy a ser yo tan tonto para llevarlas a raja tabla. Las normas se dan para cumplirlas y es un deber cívico hacerlo, precisamente ahora que estamos apreciando mucho más el civismo como un gran valor democrático.

Claro que hay que convivir con el virus, no vamos a estar siempre confinados. Todavía no se acaba el mundo, por eso hay que ir volviendo a la normalidad, pero también hay una cuestión de orden. Lo primero es controlar la epidemia y, cuando esto haya concluido, tiempo habrá de ocuparnos de lo segundo, es decir, de todo lo demás. En todo lo demás se encuentra la economía, que no merece el tratamiento único de ’es la economía, tonto’. Ahora se trata de las vidas salvadas como lo primero. Y después llegará el momento de construir una sociedad justa, sin hambre, ni explotación, ni alienación, por ejemplo. Hay que recordar que esto sigue sin hacerse y es grave, porque nos priva de la esperanza, que no trae necesariamente la globalización.

Hacer un mundo mejor no es ningún mito fundacional, ni una ideología mitológica, pero sí es un panorama utópico y humanista, que se nos abre. Es, acaso, un instrumento simbólico para actuar, haciendo del ser humano el sujeto básico de la esperanza, que nos puede iluminar. Cada vez más nos hunde la idea de la resignación, pero ¿por qué resignarse? No hay que hacerlo hasta que el ser humano sea libre. Y aquí no estoy pensando en las libertades individuales, formales y burguesas, adoptadas hoy por todos las democracias, sino de la auténtica libertad, que ya no necesita un para qué, sino que pone al hombre en el lugar que le corresponde, que no es ni la ceniza ni el polvo, sino la garantía de una vida humana plena y extensiva a la totalidad.

Esta posibilidad humana, que apunta al porvenir esperado, fue calificada por Ernst Bloch como "horizonte ontológico" que orienta a la transformación de la sociedad, porque ya es hora de hacerlo. En este sentido, me da igual esperar para creer que creer para esperar. De una manera o de otra se impone la praxis. "España tiene derecho a la esperanza", decía María Zambrano, y no al delirio, del que todavía muchos siguen haciendo bandera con ínfulas vigorosas, pero artificiales y más que caducas. Si somos personas prudentes no debemos hablar mucho, pero tampoco podemos callar ante lo irracional y las certezas contundentes, que algunos se empeñan en mantener. Así continúa el encarnizamiento y el odio entre nosotros.

En la actualidad, la esperanza no es optimista, hay que completarla con la ética de la responsabilidad por el futuro. Vana será la esperanza, si no la orientamos al futuro, continuando la vida en la tierra, mediante el respeto a la naturaleza. De lo contrario, caminaremos al desastre. Es el propio peligro incluido el que nos hará trabajar por el control de la pandemia, manteniendo de este modo la esperanza. Responsabilidad para poder tener esperanza. Sin responsabilidad, no será posible. Esto es fácil de decir, pero más difícil de cumplir. ¿Nos empeñaremos en no ser responsables cuando nos va la vida en ello?


Julián Arroyo Pomeda

domingo, 29 de marzo de 2020

Covid-19: la importancia del relato


¿Qué está pasando en el mundo? Existe una situación de pánico universal por el virus, que arrasa con todo lo que encuentra. Primero fue Coronavirus y, por fin, Covid; Corona (Co) virus (vi) disease (d): enfermedad de coronavirus, evitando señalar a un país determinado. Así quedó en algo mucho más neutro.

Se descubrió en diciembre de 2019 en Wuhan, capital de la provincia de Hubei, en su mercado de marisco, pescado fresco y animales vivos. Aquí se situó su epicentro, primero, pero luego la Academia de Ciencia China sólo admite que se divulgó por Wuhan, aunque no tienen seguridad de si mutó de un animal silvestre al ser humano. Las mascarillas son importantes para que alguien infectado no lo transmita. También conviene evitar el contacto con animales selváticos y cocinarlos bien.

Su expansión fue rápida, la OMS declaró la emergencia sanitaria y posteriormente calificó de pandemia al que se denominó Coronavirus de Wuhan. El médico chino Li Wenliang advirtió el inicio del brote, pero las autoridades le ordenaron que no hiciera comentarios falsos ni propagara rumores que perturbaban el orden social. Murió después de tratar a pacientes con el virus. Comenzó la censura y la gran confusión. Muchos en China consideran un héroe al doctor Wenliang, pero silenciaron drásticamente la opinión pública y la libertad de expresión. Nació, pues, en Wuhan, pero la OMS no quiso molestar a la República Popular China.
[www.lavanguardia.es]
En alguna lonja de esta ciudad ofrecían un centenar de especies de animales, incluso exóticos, algunos se vendían vivos y en condiciones higiénicas deplorables. Ya se cerró por los casos aparecidos. Al principio, la OMS atribuyó el virus a la civeta, especie relacionada con los murciélagos. También analiza el pangolín. Ahora permanece un manto de silencio extraño. Luego vino la indignación total del pueblo chino contra sus líderes y estos lanzaron la posibilidad de que el ejército estadounidense trajera la epidemia a Wuhan. Trump lo calificó de falso, pero la confusión está servida y el pueblo se unirá a las autoridades frente al enemigo norteamericano. El caso es que multitud de atletas del ejército de Estados Unidos acudieron a Wuhan en los Juegos Mundiales Militares de octubre de 2019. ¿A qué vienen tales acusaciones, que pueden acabar en la teoría de la conspiración?

La cuestión es que no se puede creer a China, pero menos aún a la Norteamérica de Trump: ambos se enfrentan por la hegemonía mundial. China ha sido muy hábil y en la actualidad se ha introducido en todos los rincones del mundo a través del libre comercio con ofrecimiento de material ingente de mejor calidad que hace sólo unos años y con precios mucho más baratos. Ahora sus médicos están en Italia, tras el éxito de haber controlado el virus en Wuhan para colaborar con su extinción. Ofrecen las mascarillas, que ahora les sobran, y cualquier otro material protector. Sus científicos repiten que la infección se registró en China, pero que su origen no está ahí. Sólo la ciencia podrá decidirlo. Ahora lo que importa es combatirlo y ellos están dispuestos. Ofrecimientos similares han hecho a España. Si logran controlarlo, serían vistos como dioses y acabaría toda suerte de críticas. Este es su objetivo: presentarse ante el mundo como vencedores, sin condiciones.

De momento están por erradicar la epidemia, el cobro de beneficios llegará después. Su empresa de telecomunicaciones Huawei colabora también muy activamente. Mientras tanto, hay otra guerra incruenta, la de las vacunas. China parece la más adelantada en esto. Estados Unidos no puede permanecer detrás. Alemania está igualmente en ello y Trump quiso comprar la empresa alemana CureVac, que se encuentra investigando. El bueno de Pedro Duque declara que la vacuna en la que trabaja un grupo de investigadores españoles será más compleja y de mayor efectividad. Está ahora al más alto nivel. Trabajar todos juntos en un macro laboratorio es impensable. Cada uno utilizará sus propios medios, ya que competir es fundamental.

Vargas Llosa abre la caja de los truenos en un reciente artículo, refiriéndose al virus que proviene de de la dictadura china. La embajada china del Perú lo llama irresponsable, difamador y estigmatizador y han censurado sus obras, retirándolas de la venta en China. Se sabe que se trata de una dictadura y que el virus procede de Wuhan. Sin embargo, Vargas añade algo más, que el mercado libre no se compadece con una dictadura política y que no "es un buen modelo para el tercer mundo". A ver si lo ocurrido con el coronavirus abre los ojos a los ciegos.

De momento, China ha construido un buen relato del Covid-19. Ahora toma el liderazgo mundial y se admira su buen hacer. Hasta en la cafetería donde desayuno, cerraron, diciéndome que se iban a China. Ante mi extrañeza contestaron los trabajadores chinos que la llevan que allí ya no hay problema, porque han controlado el virus; en cambio, aquí no estamos seguros. Así pues, el relato está siendo todo un éxito. Qué hábiles los líderes chinos.

Julián Arroyo Pomeda

jueves, 26 de marzo de 2020

Cambios climáticos y mutaciones víricas


Algunos ya anunciaron, dando la voz de alerta, que a la humanidad no la destruirían bombas, tanques, misiles y demás armamento sofisticado de última generación, sino que caerá por invasiones  de nuevos virus, procedentes de mutaciones desconocidas. Es una cosa algo misteriosa que no se acaba de creer, pero de pronto y sin esperarlo sucede alguna catástrofe que nos envuelve en la peor de las pesadillas.

La epidemia actual es el Covid-19, que ha producido pánico global. ¿Por qué? Carece de tratamiento y, mientras se descubre la vacuna adecuada, se va enfrentando con el protocolo de contención, que no ha funcionado. A partir de aquí se iniciaron protocolos más contundentes. El más fuerte es confinar un territorio y aislarlo por completo para evitar la expansión y transmisión. Así cambió drásticamente el modo de vida de los ciudadanos de Wuhan que quedaron encerrados en sus casas, en las que introducían, incluso, alimentos los funcionarios del Estado con la máxima protección para evitar contactos. Los líderes chinos defienden apasionadamente que este tratamiento resultó efectivo.

Otros proponen no hacer nada y dejar que se contagie un país entero lo antes posible, porque de este modo, una vez superado el golpe, todos quedarán inmunizados. Muchos morirán, pero quienes sobrevivan serán más fuertes con mayores capacidades para construir una sociedad nueva. Es una especie de eugenesia global. La solución bien merece el calificativo de locura. En efecto, tal propuesta es una cosa de locos, que sigue habiendo entre gobernantes poderosos.

También está la Unión Europea, obligada a establecer soluciones contundentes igualmente, pero limitadas por su modelo económico neoliberal, en el que la riqueza producida se reparte de un modo cada vez más desigual. Las crisis no molestan, porque se aprovechan para ajustarlo todo mucho más de modo que la mayoría contribuya a salvar a los grupos selectos, bajo la amenaza de la explosión del desastre, de manera que los ricos sean cada vez más ricos y más pobres los que ya eran pobres. El modelo tiene que ser salvado para que su respuesta sea el crecimiento y la recuperación a base de mayores niveles contaminantes, degradación del clima y trabajadores expulsados del sistema y condenados al paro. La consecuencia es el egoísmo universal para apropiarse de todo lo que se pueda, estableciendo la guerra de todos contra todos (bellum omnium contra omnes) de Hobbes. Solo él Estado social, la vuelta a lo público y lo común, podrá hacer frente a semejante barbarie de un mundo globalizado contagioso, que produce desempleados, marginados, empobrecimiento, desahucios y paraísos fiscales para que los más adinerados puedan ocultar sus capitales bien sustanciosos.
[Penetración del coronavirus en células humanas; www.nationalgeographic.com]
Puede venir otra gran recesión, amenaza el capitalismo renovado, introduciendo el pánico entre las clases productoras que sólo tienen su trabajo para sobrevivir. Los bancos no pueden caer, ni la bolsa tampoco puede seguir desplomándose. Siempre hay un chivo expiatorio al que echar las culpas. Habría que pensar si el cambio climático desatado, inducido por un sistema de producción para el que solo cuentan los máximos beneficios, no influye en la mutación de virus ubicados en animales para pasar ahora a los humanos. La solidaridad y la dignidad humana no cotizan en bolsa, no lo olvidemos. En un plan de salud global no interesa invertir, ¿para qué? Lo que piden los chupasangres es desmochar de vez en cuando a muchos desgraciados para aclarar el ambiente. De este modo les irá aún mejor a cuántos ya les va bien.

Mientras tanto, no faltan grandes mentiras exculpatorias. Una es que tenemos los mejores profesionales sanitarios, que podrán controlar la epidemia, aunque sea a costa de dejarse la piel en ello. Es cierto, pero olvidamos que los buenos y experimentados fueron expulsados por jubilaciones, recortes en plantillas y camas hospitalarias para no reponerlos y hasta impulsando hospitales privados o privatizando los públicos con internalizaciones y tantos recursos de ingeniería. Ahora se llama a jubilados recientes y hasta a estudiantes de medicina de los últimos cursos, cuando muchos han tenido que salir al extranjero para poder trabajar y vivir. Buen cinismo patrio tenemos.

Quienes antes aplaudieron las privatizaciones ahora se desgañitan, diciendo que se ha actuado tarde y mal. Siguen sin convocar a tiempo oposiciones para resolver interinidades y contratos precarios, de modo vergonzoso e injusto. Eso sí, luego el Covid-19 para la Pública, porque produce pocos beneficios económicos. Las empresas se guardan los recursos elementales de protección para que suban los precios y las farmacéuticas invierten en investigación cuando tienen seguros los beneficios. Que los virus estaban en animales como los murciélagos y siguen presentes en otros animales lo sabemos, pero no se hace nada, porque, mientras estén en ellos, bueno va. ¿Y si mutan? Según León Felipe nos han contado ya todos los cuentos y los conocemos bien. Y ahora ¿qué?

Julián Arroyo Pomeda

domingo, 15 de marzo de 2020

El premio César a Polanski



 “Solo deseo que la luz se haga, y lo imploro en nombre de la humanidad, que ha sufrido tanto y que tiene derecho a ser feliz. Mi ardiente protesta no es más que un grito de mi alma” (Émile Zola. París, 13 de enero de 1898).

Vi la película de Polanski. Me pareció grande en cuanto a su factura, la interpretación de los actores y la solidez del guión. El director se mantiene a la altura cinematográfica de siempre, aunque esta no sea su mejor obra, y maneja como nadie el enfoque del cine clásico. Es magnífica su puesta en escena y el interés no decae en ningún momento.

Polanski cometió una villanía inclasificable hace más de cuarenta años, cuando violó a una niña de trece. Lo reconoce, pero alega que el sexo fue consentido. Con esta edad no se puede consentir nada y actuó como un auténtico descerebrado. Desde entonces lleva pagando su pasado, aunque ha burlado la cárcel. Por eso comprendo muy bien que se considere una vergüenza la concesión del premio César francés y que varias personas salieran de la sala, porque no lo soportaron. La actriz Florence Foresti declaró que estaba disgustada (écoeurée) y que no perdona a Polanski. Además, no es el único caso. Sin embargo, ¿qué podría hacer una Academia, si el film había recibido más nominaciones que nadie, como dijo la directora Claire Denis? La controversia estaba servida y la indignación fue sonora.

Los premios César del cine francés distinguen las mejores películas y equivalen a los Oscar de Hollywood. Desde su creación en 1975 se han ganado el prestigio internacional merecido y la ceremonia de entrega constituye un espectáculo. Tampoco es la primera vez que se lo dan a Polanski, aunque, probablemente, será la última. Algunos premios han sido polémicos, pero lo que no pueden perder es el prestigio logrado de trofeo emblemático.

Ahora bien, ¿hay que condecorar a un artista en virtud de la calidad de su trabajo, aunque se haya mostrado miserable por sus actos humanos, o prescindir de la calidad de una obra por el rechazo social que una persona provoca? Esto no es fácil de resolver. De hecho Claire Denis y Emmanuelle Bercot no dudaron en entregar el premio. Informamos de una votación, dice Denis, no emitimos un veredicto. Y ante la pregunta de si entendía el gesto de las personas que se ausentaron, contestó que no es insensible al dolor de los demás. La cuestión es si valoramos una película magnífica o la persona que la filmó. Una cosa no quita la otra, por supuesto. ¿Premiar a Polanski es dar una bofetada y echar un escupitajo a las víctimas? Desde luego que la irracionalidad no puede triunfar. Cualquier institución tiene la obligación de dar ejemplo. Roman Polanski lo sabe, sin duda, por eso su película está planteada en términos de estructura racional y no emocional. No se le puede negar inteligencia.

Ha hecho un gran cine, que puede llevarnos a pensar lo extraña que es nuestra cultura, no sólo la actual, sino la de todos los tiempos. Cultura es como el cultivo de nuestras capacidades mejores, pero la cultura no es algo natural, sino que muchas veces está contra la naturaleza, aunque igualmente pueda sublimarla. Este debate sigue abierto en la actualidad, sólo hace falta ser un poco observadores para darnos cuenta de ello.

Personalmente, sí creo que la película es acreedora de un gran Premio, otra cosa es que nuestra idiosincrasia natural nos pida que dejemos que el autor se pudra en prisión. La violencia actual contra las mujeres no permite el mínimo titubeo para dar un paso atrás. Sería una injusticia colosal.
Lo que pasa es que a Polanski ya no se le puede sacar de su contexto, que fue dramático, trágico y hasta siniestro: no se debe separar la obra de su vida. Y en esta última hay veces en que uno es a la vez víctima y verdugo. A él se le da mejor presentarse como víctima, ocultando lo de verdugo. El paralelismo Dreyfus-Polanski es inevitable, aunque también hay que decir que la película no se enfoca hacia el oficial, sino que aquí el héroe es Picquart, un militar integro y lleno de nobleza, que sólo busca encontrar la verdad. "Hacer una película como esta ayuda mucho. En la historia a veces encuentro momentos que he experimentado, puedo ver la misma determinación por negar los hechos y condenarme por cosas que no hice".

De otra parte, hay que reconocer la valentía de Polanski para denunciar la corrupción del París del siglo XIX y su política escandalosa con un férreo control militar. Esta situación supera el fin de siglo y lo trasciende para ir más allá. Todavía hoy el antisemitismo sigue vigente, así como el odio, las violencias y la intolerancia. Actualmente, y más que nunca, la posverdad puede destrozar la vida de cualquier persona, condenándola ininterrumpidamente. Disfrutamos de más derechos que nunca, pero sobre el papel y de un modo teórico, porque cada vez tenemos la posibilidad de acceder a menos. Las desigualdades y servidumbres son el menú cotidiano sangrante. ¿Quién será hoy el Zola que lo denuncie, incluso a costa de su propia vida?

Julián Arroyo Pomeda

lunes, 9 de marzo de 2020


De vez en cuando leo las experiencias que en forma de libro o ensayo nos ofrece algún filósofo que ha terminado, o está a punto de hacerlo, su vida activa, o se encuentra ya como emérito. Es ahora cuando puede perfilar todo lo que ha ido libando a lo largo de su extensa profesión.

Estoy con un libro recién publicado (Quintanilla, Filosofía ciudadana. Editorial Trotta) que quiere hacer algo parecido a lo que plantearon los antiguos griegos en la polis o la ciudad, en su raíz latina. Muchos vivimos en ciudades sobre las que tendríamos que reflexionar, como hace Quintanilla. Su contenido está formado por artículos breves en los que siempre hay algunos pensamientos sobre el tema que se presenta. Por eso es de lectura cómoda, aunque no frívola en ningún momento. Se trata de un ejercicio para recuperar las capacidades de pensar, volviendo de nuevo a los tiempos ilustrados.

De pensar no podemos desprendernos nunca, porque pensamos permanentemente. Otra cosa es que tematicemos lo que pensamos. No puedo enseñarle nada a nadie. Sólo puedo hacerle pensar, decía Sócrates. Y con razón, ya que no sabía nada, pero la ciudad si enseña, porque es fuente de experiencias, si sabemos pensarlas e interpretarlas. La filosofía es una forma de pensar, cuya herencia procede de quienes vivieron en la antigua Grecia.

Los pensamientos y las ideas pueden llegar a construir un tratado, pero aquí, para empezar, sólo importa ejercitar el pensamiento, o, lo que es igual, hacer un ejercicio de filosofía. Esto no es difícil, porque la vida de todos los días nos proporciona material para pensar sobre lo que sucede a nuestro alrededor, dándole así el valor que tenga, su sentido, descubriendo las razones por las que algo acontece, evitando contradicciones en lo que expresamos. Esto es lo mismo que vivir.

Quintanilla, que cuenta con una buena trayectoria filosófica y de compromiso con la realidad, ha reunido muchos de sus pensamientos en este libro y sabe comunicarlos directamente, dejando siempre clara su posición. Unas veces el artículo respectivo tiene que ver con su ejercicio profesional y otras con cualquier noticia que se presente. A todas las saca el jugo que tienen y argumenta sobre la tecnología, la cultura científica, la política y el carácter filosófico. Veamos algunos ejemplos.

Qué es el universo, cómo funciona y cuáles son sus secretos nos lo enseñó Einstein con la teoría general de la relatividad. Los seres humanos ocupamos un lugar en el mundo, ahora toca cuidarlo, porque así nos cuidaremos igualmente nosotros con él. En el universo hay muchas cosas, a las que generalmente no damos ninguna importancia, porque pasamos de ellas, o no las advertimos, pero tienen también un sentido y somos nosotros quienes lo damos, cuando las incorporamos en nuestras vidas.

La filosofía se ha ocupado siempre del sentido de la verdad frente a su contrario, la mentira, pero ahora tenemos el concepto alternativo de la posverdad. Esto es la mentira posmoderna. De materia y forma habló Aristóteles. La materia era informe y la forma, pura. Actualmente seguimos despreciando la materia. Nos importan las ilusiones, las redes sociales, las formas y la tecnología: "seguimos atrapados en el hilemorfismo aristotélico". Los creyentes y los ateos pueden convivir y ambos merecen ser respetados, sin apabullar a nadie. No hay que meter los toros en la política y no merecen maltrato ni sufrimiento. Es un tema delicado. ¿Quién negará el derecho a la tolerancia? No lo extrapolemos, porque solo con el fanatismo no se puede ser tolerante.

¿Todavía tenemos que estudiar filosofía? No dará fama ni riqueza, pero sí puede hacernos disfrutar de la vida, sabiendo por qué hacemos lo que hacemos y manteniendo el equilibrio racional necesario en una vida examinada, respetando la verdad y la dignidad humana. Todos perderíamos si desapareciera del currículo escolar. La igualdad es de justicia, pero tendríamos que conseguir que fuera eficiente y rentable socialmente. Los números "están hechos de pensamiento".

El valor real de las cosas no se corresponde con el valor de mercado. Es razonable que el mercado quiera obtener beneficios económicos para poder mantenerse. En cambio, actualmente no se trata de crear riqueza, lo que a todos interesa, sino de hacer ingeniería financiera, el gran truco del neocapitalismo, que no se corresponde con ningún valor real. Una forma de pensar preocupante. Son muy exitosas las técnicas de manipulación de embriones, pero no pueden utilizarse de forma irresponsable. La ciencia y su prestigio cada vez nos interesan más, pero es "una creación del espíritu".

La política es hoy denostada y admirada. Si somos demócratas, sólo vale vencer convenciendo y no mediante espectáculos de causa interesada. Los hooligans son una aberración y no estamos lejos de jalear de manera similar a nuestros partidos políticos. Espero que se haya podido percibir la filosofía en ejercicio que propone el profesor Quintanilla desde la Universidad de Salamanca.

Julián Arroyo Pomeda